En Junio de 1999 se realizaron en Tucumán las elecciones para Gobernador. Dos fórmulas competían con posibilidades de ganar en una surrealista opción: la del P.J, que postulaba a Julio Miranda, y la de Fuerza Republicana que proponía a Ricardo Bussi, el hijo del General genocida, Antonio Domingo Bussi.
El casi seguro triunfo de este último, según las encuestas, legitimaba el continuismo de un proyecto autoritario y la vergüenza de un pueblo que, cuatro años antes, con el 53% de los votos, había proclamado al rojo General (por la sangre, claro) como Gobernador “democrático” indiscutido.
Tanto las del 95 como las del 99 fueron elecciones paradigmáticas en la ficción de la democracia argentina: a sólo 20 años del “Operativo Independencia”, que convirtió a Tucumán en un campo de concentración y destruyó, aniquilando, (tal el término utilizado por el Decreto Presidencial de María Estela Martínez de Perón en 1975) a toda una generación, el “Operativo Retorno” del genocida Bussi coronaba con laureles su objetivo. Los votos masivos del mismo pueblo castigado ungían al victimario General y barrían con escobas (tal el símbolo de sus seguidores) las molestias de la memoria.
¿Cómo fue eso posible? Tucumán, una provincia agobiada por la crisis económica y un planificado destino periférico, había sufrido tres des-gobiernos justicialistas y una Intervención Federal luego del retorno democrático del 83. El clientelismo, la corrupción, las componendas de “la política”, la incapacidad de las clases dirigentes locales, etc. prepararon el caldo de cultivo para que se fuera cobijando el huevo de la serpiente. Era “necesario” poner “Orden”, “Mano Dura”, “Seguridad”, “Sueldos al Día”...
¿Quién más que el recordado General demagógico quien en 1976 y 1977, durante su reinado absoluto, había ahogado al “pez de la guerrilla” construyendo pueblos (fantasmales ahora) pavimentando avenidas (violando las leyes físicas del fraguado del cemento), amurallando villas miserias, pintando tanques de agua con los colores patrios y “limpiando” la ciudad de mendigos y dementes (tal cual lo representé en mi obra “Limpieza”)(1), era el indicado?
Pero el temeroso General que acostumbraba ejecutar él mismo, con un tiro en la nuca, a indefensas personas desarmadas, necesitaba algo más que las prescripciones de la Justicia y de las Leyes del Punto Final y de la Obediencia Debida para retornar al poder: precisaba de la complicidad de poderosos intereses provinciales y nacionales que financiaran su regreso, que ayudaran a instaurar la “urgencia” que “la fuerza moral de los tucumanos” –tal su patético lema- ocupara nuevamente la Casa de Gobierno. Y ese incondicional apoyo lo obtuvo de importantes sectores del empresariado tucumano, de la Iglesia local, de los medios de prensa escritos y radiales más importantes de la Provincia y del menemismo encaramado en el poder nacional. Fue el tristemente célebre Domingo Cavallo, ministro de economía de Menem entonces, quien viajó a Tucumán días antes de las elecciones para asegurar al electorado que no tuviera temor de aislamiento económico alguno de la Nación si votaban al genocida.
Así Bussi, cabalgando sobre el desorden y el caos de las administraciones anteriores y con la complicidad de los sectores enunciados, como también así de amplias capas de la población local, degustó las mieles del triunfo en 1995.
¿Cómo se reflejó esta consagración de la infamia en el campo de la cultura, en general, y del teatro local, en particular?
¿Qué pasó en esos 4 años de su “democrático” gobierno en el hacer artístico de Tucumán?
La política cultural del bussismo en el gobierno fue de parálisis total, que se reflejó en la escasa actividad de los cuerpos estables y en el nulo estímulo a la actividad extraoficial.
En la fase final de su gestión, y meses antes de los nuevos comicios provinciales que podían consagrar la continuidad del bussismo con la elección del hijo del General, el Gobernador asesino, ahora devenido “democrático” como una táctica más de maquillaje para el olvido de su pasado, nombró como Secretario de Cultura al músico Mauricio Guzmán. Se “acordó” de la cultura.
Éste, con eficaz prestancia, y autodenominándose como “técnico” (trato de interpretar tan ambiguo término como el correspondiente a un funcionario de carrera, a quien no importan los gobiernos pasajeros y prosigue su tránsito por la Administración Pública) implementó una agresiva política de realización de eventos culturales que servían, sin embargo, a un inmediato y evidente propósito electoral.
No cuestiono a los empleados públicos que debieron seguir cumpliendo con sus funciones tanto durante la dictadura militar como durante el gobierno “democrático” de Bussi. Eran sus empleos. Sería absurdo cuestionarlos. Cuestiono, sí, a quienes aceptaron puestos dirigentes, es decir, participaron de la dirección política, pudiendo no hacerlo.
Fueron, sin medias palabras, cómplices.
El argumento de los “Mefistos” es que no importa a quien se sirve (aunque se trate de un asesino en el poder), lo que importa es el “arte” en abstracto, la “cultura sin política” como si esas dos categorías existiesen al margen de la vida y de las luchas de intereses entre los hombres.
Mauricio Guzmán no fue el único. En esos 4 años muchos artistas e “intelectuales” acudieron al llamado bussista, con el argumento de que “el Estado es de todos y no de un gobierno circunstancial” sin advertir (o quizás algunos advirtiéndolo) que tampoco el Estado es neutral y que, con su hacer y su presencia, legitimaban el “Operativo Maquillaje” del ahora “democrático” General. O argumentando que “había que ocupar esos espacios sino otros los ocuparán” o que “que hay que usar esos lugares para llegar a la gente” sin advertir que siempre es el Poder el que termina usando a los pretendidos “usadores”.
Contribuyeron así, muchos ingenuamente, al silencioso molino del Olvido.
El caso más interesante y complejo, en ese último período de la administración bussista, lo constituyó la Muestra de Artistas Plásticos titulada: “¿Tucumán arde?” (cuyo titulo reverberaba la realizada en los años 70 en Tucumán con el nombre “Tucumán arde”, obviamente concretada en otro contexto histórico) realizada en el Museo Provincial “Timoteo Navarro” y organizada por el Gobierno de la Provincia a través de la Secretaría de Cultura conducida por el músico Guzmán y curada por el periodista de espectáculos Jorge Figueroa.
Lo paradójico es que allí se expusieron esculturas, cuadros e instalaciones que expresaban con dureza los años de la represión militar durante la dictadura...pero ¡en el ámbito físico administrado por cortesanos funcionarios designados por esos mismos represores! ¿A qué más podía aspirar el proyecto bussista y sus líderes y funcionarios que a ser considerados tan “democráticos” como para permitir que, en los espacios por ellos gestionados, se les criticara sus pasados impunes, ahora “esfumados” por sus abiertas y permisivas actitudes del presente?
¡Excelente y logrado operativo de maquillaje esculpido con la ingenuidad o la confusión - creo que de eso se trató en la gran mayoría de los casos- de esos artistas, algunos de los cuales habían sufrido en sus propias familias el terror de la dictadura!
No se trata de “condenar” a nadie por su participación, menos aún cuando la finalidad explícita buscada no creo que haya sido exaltar al asesino, pero, a mi juicio, se trató de un error que sería bueno hacer consciente para no repetir.
Sin embargo la resistencia ética al bussismo en el hacer cultural se expresó en forma atomizada entre el 95 y el 99 en un buen número de artistas tucumanos quienes de manera individual optamos por no trabajar para ese gobierno ni utilizar los espacios por ellos administrados, ni mantener contacto alguno con la política oficial. Algunos nos refugiamos en pequeños espacios independientes, otros optaron por abandonar la provincia o, en mi caso, seguir residiendo en el extranjero y volver repetidamente a Tucumán para producir textos y puestas teatrales desde espacios no gubernamentales que se opusieran a la política oficial.
Tal fue el caso de “El sueño inmóvil” (2), obra de mi autoría que es una metáfora política sobre Tucumán y, no por caso, sobre la tragedia de las repeticiones. La escribí en el 95, cuando Bussi ganó la Gobernación y fue estrenada en el Centro Cultural de la U.N.T el 26 de Julio de 1996, con mi dirección.
Se representó también en el “Círculo de la Prensa” y participó con singular éxito en el Festival Internacional de La Habana en 1997 y en el de Buenos Aires en 1999.
En esos años también monté, entre otras obras, “Misterio Bufo” de Darío Fo, obra irreverente como pocas, con la actuación de Nelson González, en la sala de “El Círculo de la Prensa”. Lamentablemente, estando trabajando en Italia, me enteré en forma casual, que el actor, violando un acuerdo explícito conmigo, había decidido participar en el ciclo “Verano con Cultura”, organizado en los Valles Calchaquíes por la Secretaría de Cultura del gobierno bussista, a realizarse en enero de 1999, a cinco meses de las elecciones provinciales.
Inmediatamente desautoricé la puesta en ese contexto y con esos organizadores y estalló una polémica pública. Lo importante fue eso: la polémica que, por primera vez, se hacía pública y ponía en discusión el rol del artista en esas circunstancias.
Recuerdo que fui duramente atacado por un periodista del diario “Siglo XXI”. Y no me permitieron contestar, en el mismo periódico, los argumentos esgrimidos por el escribiente afín al oficialismo. Claro, “Siglo XXI” subsistía por la publicidad oficial pagada por el propio Gobierno.
Siempre he reivindicado la potencia del arte para transformar la vida de las personas. Borges decía que el arte es capaz de crear nuevas realidades y siempre he creído que eso es posible. Hago teatro desde hace 30 años porque tuve la suerte de ser conmovido por una representación teatral en mi adolescencia.
En Febrero de 1999, estando en Milán, mientras hacía zaping en la T.V, me interesó una película interpretada por John Voight, recuerdo. No sé el título de la misma, porque la tomé ya comenzada, pero recuerdo que estaba ambientada en los años del nazismo y trataba sobre las vicisitudes de un ciudadano alemán sin formación política que, poco a poco, se daba cuenta de las aberraciones y las violaciones al ser humano que se ejecutaban en su patria. Poco a poco el personaje iba tomando posiciones críticas hasta que se dedicaba a militar en contra del nazismo. Actitud muy peligrosa en esas circunstancias ya que la mayoría de la población apoyaba a Hitler o, lo que era aún peor, era indiferente a lo que estaba sucediendo. El aislamiento era el menor de los males posibles.
La película me conmovió de tal manera que, a la mañana siguiente, ya tenía listo mi pasaje de regreso a la Argentina. Había decidido dejar mi trabajo artístico en Italia, suspender mis compromisos laborales y volver a Tucumán a intentar hacer algo para oponerme a la candidatura de los Bussi y, por ende, a la continuación de ese proyecto autoritario. Pero aspiraba a concretarlo junto a otras voluntades de manera tal de no adoptar la actitud de un francotirador.
La primera idea que tuve fue poner en escena, antes de las elecciones, “La resistible ascensión de Arturo Ui”, de B. Brecht, parábola sobre el ascenso de Hitler al poder tratando de establecer las similitudes entre ambos casos, que las hay, y muchas. Pero no me “cerraba” totalmente.
Entonces decidí escribir un texto para la ocasión que sirviera, también, como parábola del “Operativo Retorno” de Bussi.
Así nació el texto escrito de “La Guerra de la Basura” (3)
El objetivo era desnudar las causas y las contradicciones que habían permitido el retorno de la infamia y las responsabilidades correspondientes.
No perdí de vista un comentario de Brecht acerca de la “Ascensión de Arturo Ui”: ridiculizar a Hitler como modo de mostrar que no era invencible. Chaplin ya había usado la misma fórmula en “El gran dictador”. Y algo de eso hay también en mi obra:“El Duro”, el personaje que paraboliza a Bussi es miedoso, esconde bajo su supuesta hombría y virilidad, rasgos contradictorios y ridículos.
La obra se fue armando en mi cabeza como una sátira, es decir, un estilo teatral que apunta a criticar a la sustancia de las situaciones y no a su epidermis como lo hace la parodia. El texto posee, también, elementos farsescos.
El punto de partida de la anécdota fue otro hecho real que, en esos momentos, asolaba a Tucumán: los intereses empresarios, que monopolizaban la recolección de basura en la ciudad, habían decidido no hacerlo más para presionar a la Municipalidad a efectos de obtener el pago de deudas pendientes.
La ciudad fue cubriéndose de desperdicios y entonces aparecieron cirujas y humildes recolectores que se ocuparon, en beneficio propio, de la tarea. Los excluidos del sistema se incluían apropiándose del monopolio de la Empresa.
Lograron, incluso, poner en pie una Cooperativa de Trabajo en Los Vázquez, lugar en dónde se arrojaban los desechos. Obtuve, de sus dirigentes, preciosos datos sobre la cuestión y aún hoy vuelven a mi mente las imágenes de los niños y de las mujeres humildes abriendo sus brazos hacia el camión recolector que les volcaba la basura desde lo alto, un maná de porquerías, como un Dios maléfico, y ellos luchaban entre sí por obtener lo mejor de lo que les caía desde arriba.
No era de extrañar, entonces, un conflicto de intereses entre todos los sectores sociales.
Y la basura, la acumulación de desperdicios, no me parecía una mala idea para metaforizar en donde estábamos parados: por ello, la primera imagen que me asaltó fue una enorme montaña de basura sobrevolada por miles de moscas.
La obra avanzaría en la lucha de intereses entre el bando de los Empresarios de la Basura, con sus cómplices de sotana contra los cirujas agrupados bajo la guía de dos personajes metafóricos: “El Encontrao” y “El Decidor”.
La necesidad de restaurar el “orden” llevaba a los poderosos a requerir la presencia de “El Duro” y sus secuaces, todos gansters de “mano dura”.
Cuando llegué a Tucumán a fines de marzo, convoqué a colegas y teatristas amigos para proponerles el proyecto. Todo se haría a “pulmón” y no había ningún interés económico. Era un acto de militancia cultural. Fue así que una gran cantidad de personas se aproximaron para participar: actores, actrices, escenógrafas, vestuaristas, alumnos de la facultad y de los talleres independientes, músicos (ya que la obra tenía canciones), etc. Teníamos sólo 28 ensayos disponibles para poder estrenar antes de las elecciones a realizarse en los primeros días de Junio. Luego se sumaron otros artistas que, si bien, no intervenían en la obra de teatro en sí, querían participar del evento. Con lo cual la idea se potenció organizándose un evento político cultural en las instalaciones del club Villa Luján, a realizarse el 29 y 30 de Mayo de 1999.
Los ensayos se realizaron en la Alianza Francesa y constituyó un gran esfuerzo de todos. La obra poseía 70 personajes y no era fácil encontrar horarios en común. Pero la disponibilidad, la pasión y el compromiso de todos era enorme y así logramos seguir adelante. Conseguimos avisos para producir la obra y pagar el alquiler del club.
No puedo dejar de mencionar el trabajo actoral de Elba Naigeboren, Rosa Avila, Hugo Gramajo, María Teresa Montaldo, Pablo Gigena, Daniel Cabot, Paula Giusti, Carlos Correa, Hugo Galván, Aníbal López, Verónica Kempf,Adolfo Flores, Sergio Aguilar, Rosendo García, Carlos Avila, Beatriz Morán, Juan Rossini, Tina Herrera, Marisa Gavriloff, Fernando Godoy, César Romero, Patricio Gómez de la Torre, Luciana Guiot, entre muchos otros que lamento no poder nombrar por ser una extensa lista y no contar con el espacio suficiente.
También colaboraron en escenografía y vestuario Alicia Peralta, René Ahualli y Jorge Salvatierra y el asesoramiento corporal fue de Beatriz Lábatte. La música de las canciones la compuso Lucho Hoyos y fue ejecutada en vivo por él mismo, por Javier Nuñez y Adrián Pourrieux. En la asistencia de dirección ayudaron Carolina Budeguer, Paula Giusti, Adrián Napadensky y Coty Terán.
Además se organizó para esos días, la exposición de libros de autores tucumanos y la lectura de poemas antes de la obra (de Mario Casacci, Lucía Aguirre y tantos otros), también de murales pintados por alumnos de Plástica de la Facultad de Artes y la actuación de bandas musicales luego de la obra. Fue una “movida” que involucró a cerca de 150 artistas mancomunados en un objetivo común: decirle no al proyecto continuista del bussismo y expresar la auténtica independencia ante ello por parte de un sector de los artistas tucumanos que habíamos asumido una actitud de compromiso ético. Ahora estábamos juntos quienes antes habíamos resistido por separado.
La masiva afluencia del público al estadio justificó el esfuerzo.
A partir de esa experiencia surgió la necesidad de poner en pié el Foro Independiente del Arte y la Cultura como una agrupación que se constituyera en una referencia de compromiso ético con los valores de la vida, de la libertad de expresión y de la lucha contra el autoritarismo en cualquiera de sus expresiones políticas. El Foro aún existe y cumplió una interesante labor de producción de propuestas relativas al quehacer artístico independiente.
El bussismo, inesperadamente, perdió las elecciones en ese Junio de 1999.
Pero no desapareció como fenómeno político. Tal es así que Tucumán aún hoy cuenta con diputados nacionales de ese signo y el mismo General Bussi ganó las últimas elecciones municipales en la Capital. Si la “cárcel” privilegiada en la que hoy se encuentra (el departamento de su hija) esperando responder por los crímenes cometidos no se hubiera interpuesto en sus planes, hoy lo sufriríamos como Intendente capitalino.
Los emergentes políticos no son ajenos a una sociedad que los produce. Bussi (metáfora y paradigma de una sociedad autoritaria) no cayó como paracaidista del cielo. Es necesario preguntarse qué sucede en la sociedad tucumana, cuáles son los valores culturales, tomados en sentido amplio, que están en contradicción y producen engendros como éste, cuáles podrían ser los mecanismos para desactivarlos, cuál es –en nuestro caso de hacedores de arte- el rol que es preciso desempeñar, qué cosas nos pueden enseñar las experiencias del pasado, cuáles son los puentes que son necesarios restablecer para lograr una continuidad histórica y una coherencia en la resistencia (no pienso que el bussismo sea la única expresión autoritaria de la realidad tucumana ni argentina), cuáles son las perspectivas para lograr un mayor desarrollo crítico a nivel artístico y el acceso al arte de las grandes mayorías excluidas, entre tantos otros interrogantes.
En definitiva, no sólo existe el ombligo y las obsesiones personales de los creadores. Hay también una realidad desgarradora que pasa al lado y que nos coloca ante diyuntivas claras como artistas: O las velo o intento revelarlas.
Cada uno sabrá donde colocarse.
Por eso la importancia de la memoria, de no olvidar, de tratar de poner las cosas en el lugar en el que estuvieron y los roles jugados por cada uno. No para crucificar a nadie sino para no repetir. De eso se trata.
Y para que estas palabras no posean el sabor nostálgico de algo que pasó y a fin de que adquieran sentido en el presente basta preguntar quién es el actual Secretario de Cultura de la Provincia.
De esa manera “La Guerra de la Basura” no habrá sido un esfuerzo vano.
Carlos Alsina.
Notas:
(1) “Limpieza”, de Carlos Alsina. Premio Fondo Nacional de las Artes 1987. Torres Agüero Editor. Bs. As. 1988.
(2) “El sueño inmóvil” de Carlos Alsina. Premio Teatro Casa de las Américas 1996. Torres Agüero Editor. Bs. As. 1996.
(3) La Guerra de la Basura”, de Carlos Alsina. Teatro. Colección “El cauce y las vísperas”. Facultad de Filosofía y Letras - SADE. 2001.
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